Delicada y esbelta, como una hermosa gacela. Sus movimiento ágiles podían compararse perfectamente con los de dicho animal. Era tan delgada que parecía frágil, que caería en cualquier momento si alguien no le ayudaba a sostenerse en pie. Su cabello ondeaba a ambos lados de sus hombros, y caía por su espalda, erguida. Había quiénes la compararon con una muñeca de marfil, pero resistía más de lo que ellos creían a los golpes. Otros decían que se drogaba solo para obtener su imponente figura, pero a ella ya le daban igual los rumores. Esa sería su última noche. Las cámaras serían las últimas fotos de ella que obtuviesen. La pasarela se le antojaba eterna, pero nada le importaba, su cabeza estaba en otra parte. La gente cuchicheaba a su alrededor, ¡como si le importase! Su nueva vida se acercaba. Podría dejarlo todo, pocas personas la echarían en falta, otro tanto se preguntaría a dónde demonios se había marchado, la mayoría ni sabrían quién era. Le sonaría de las portadas de las revistas.
Detrás de una cara bonita se esconde mucho más, ¿sabes? Ella ya no aguantaba más la presión. Las olas la ahogaban poco a poco y ella no tenía fuerzas para nadar hasta la orilla. Era la hora de ahogarse o atreverse a dar un par de brazadas en dirección a la playa.
Alea jacta es, la suerte está echada.
Y ahora, con esos tacones que mataban los pies cuando los calzabas en la mano, con una maleta en la otra, comenzaba otra etapa de su vida en la cual nadie la conocería. Adiós a los focos y a los vestidos vaporosos. El sol empezaba a salir en su mundo, ninguna nube debía taparlo.
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