La familia es la que sostiene nuestra sociedad, es el fundamento de lo que somos y de lo que aspiramos a ser, sin la familia estamos como perdidos y desorientados.
Por ese motivo, es tan importante que cuidemos esta institución, porque es la incondicional para todos los que forman parte de una misma familia. Tiene hoy gran vigor y relevancia el mandamiento de honrar a los padres, y hacerlo en todas las etapas de la vida, todos hemos sido hijos, luego algunos padres y luego abuelos, y todo es la familia.
Nuestro mundo no quiere lo que llama el modelo de familia tradicional, quiere otra cosa, no quiere matrimonio, no quiere compromisos, no quiere ataduras de ningún tipo, quiere una ficticia libertad absoluta que no comprometa, que no haga sacrificios.
Fuimos niños necesitados de nuestros padres, algún día ellos necesitarán de nosotros, ese es un amor mutuo, basado en el respeto, en el amor.
Hablar de la familia es hablar de la renuncia a uno mismo, de saber morir a una parte de nosotros por algo muy grande, el amor a nuestros semejantes, el amor a aquellos que forman parte de mi vida y que Dios ha puesto a mi lado.
Descubramos ese gran valor, no pervirtamos el significado de las palabras, no rehuyamos hablar de matrimonio, no nos dé miedo a decir que estamos en contra del aborto, del ataque a la vida, hay que oponerse a más muertes de santos inocentes de manos de su padres y de una sociedad que lo tolera y favorece, el que mata a su hijo es porque no ha conocido a Dios, porque no conoce la verdad, es la ignorancia del pecado y del egoísmo. No a la eutanasia, a llenar de ancianos las residencias, no a todo lo que vaya en contra del respeto de los mayores, digamos un sí a la vida que está en manos de Dios, no en las nuestras.
Familia como Iglesia doméstica, transmisora de los valores del Evangelio y por lo tanto constructora de un mundo mejor.
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